Antiguos líderes del movimiento «exgay» de Estados Unidos acceden a divulgar experiencias dolorosas en Pray Away, un potente documental de Netflix.
Por Dánae Vílchez
Ciudad de México, 8 de septiembre (OpenDemocracy).– El nuevo documental de Netflix Pray Away: La cruz dentro del clóset es revelador. Dirigentes arrepentidos del disuelto grupo estadounidense Exodus International – que promovía la «terapia de conversión» para cambiar la orientación sexual o la identidad de género de las personas – comparten sus experiencias dolorosas y abren una rendija en el llamado movimiento «exgay».
Mientras Julie Rodgers, sobreviviente de la «terapia de conversión» y exportavoz de Exodus, celebra su matrimonio con otra mujer, recuerda los años de sufrimiento que soportó negando su verdadera naturaleza de lesbiana.
“Padecí un trauma, y eso me llevó a formas extremas de odio a mí misma. Pero sobreviví”, afirma en la película.
El documental, dirigido por Kristine Stolakis y lanzado por Netflix , combina filmaciones e imágenes de archivo con narración actual.
Presenta entrevistas con Rodgers y cuatro exlíderes de Exodus que reflexionan sobre las heridas que las terapias de conversión dejaron en elles y en otras personas, y explican cómo se involucraron en este activismo. Todes han renunciado a su pasado y viven como personas gays o bisexuales.
Fundado en 1976 en EU, el ministerio cristiano conservador Exodus International fue por décadas una de las organizaciones más influyentes en la promoción de prácticas anti-LGBTQ. Uno de sus fundadores, Michael Bussee, explica en el filme cómo entendió que con su actividad se estaba dañando a sí mismo y a otras personas.
“Teníamos tipos que se daban sobredosis de drogas, que intentaban suicidarse por la culpa que sentían de no poder cambiar”, dice Bussee. “No pude seguir fingiendo que la gente que yo ‘ayudaba’ estaba cambiando”.
La mayor parte del liderazgo estadounidense se declaró públicamente gay, incluido John Paulk, la figura pública más visible del movimiento «exgay» en la década de 1990.
Una investigación reciente de openDemocracy en África expuso que las «terapias de conversión» tienen impactos negativos relevantes en la salud mental, los vínculos familiares y el bienestar de las personas LGBTQ.
Un estudio realizado en 2018 en EU halló que las personas jóvenes que recibieron terapias de conversión “fueron más del doble de propensas a intentar suicidarse” que las que no pasaron por ellas.
Exodus fue un gran agente diseminador de estas prácticas en todo el mundo. Llegó a tener cientos de grupos afiliados en EU y en el exterior. Pero se disolvió en 2013, cuando su entonces presidente, Alan Chambers, reconoció públicamente que la homosexualidad no podía “curarse”.
Su promoción de la «terapia de conversión», sin embargo, continuó fuera de EEUU mediante Exodus Global Alliance, con sede central en Canadá hasta dos meses atrás, cuando cerró ante la inminencia de una ley que, de aprobarse, convertiría sus actividades en delito. Exodus todavía tiene presencia en América Latina, con oficinas en Brasil y México.
REMORDIMIENTO Y CONFLICTO
Filmaciones de las conferencias anuales de Exodus muestran cómo el grupo promovía prácticas dañinas, pero también se volvía sin querer en un ámbito para que las personas LGBTQ cristianas se encontraran y se reconocieran a sí mismas.
Dentro de los muchos grupos afiliados a Exodus había reglas extremadamente restrictivas. Rodgers describe que a las personas se les prohibía, por ejemplo, ser amigas en Facebook – y ella fue retirada de su equipo de softbol por su madre y su orientador en «terapia de conversión» y enviada a una universidad cristiana para evitar tentaciones homosexuales.
Pero en las conferencias, dice, “recuerdo especialmente esos momentos a altas horas de la noche, cuando los líderes ya se habían ido a dormir, y nosotros podíamos ser los pequeños seres queer que éramos; y fue, de muchas formas, uno de los pocos lugares seguros de nuestras vidas. Sé que parece una locura, porque era una conferencia de Exodus International”.
Uno de los momentos más contundentes de la película es el despliegue de remordimiento de los antiguos líderes sobre el papel que jugaron en el movimiento.
Randy Thomas, exvicepresidente de Exodus, recuerda sus sentimientos encontrados cuando en California se aprobó la Proposición 8 (que prohibió el matrimonio de personas del mismo sexo) y estallaron protestas masivas.
Exodus había hecho una campaña ruidosa en favor de esta prohibición. Pero Thomas recuerda, llorando: “Era mi comunidad tomando las calles, en luto… y una voz interior me decía ‘¿cómo pudiste hacerle esto a tu propia gente?’”.
Pray Away muestra también la influencia política que alcanzaron Exodus y grupos similares. Trabajando con aliados conservadores a lo largo de varios gobiernos, llevaron su agenda a Washington y crearon una potente barrera contra iniciativas como el matrimonio igualitario.
La cuarta exdirigente de Exodus que aparece en el filme es Yvette Cantu Schneider. Una de las principales activistas antigay en las décadas de 1990 y 2000, que se presentaba como una “exlesbiana”, se unió a Exodus en 2008 para hacer campaña por la Proposición 8. También había sido portavoz del grupo lobista conservador Family Research Group.
“Se trata simplemente de detectar los miedos que tiene la gente. ¿Qué puedo decirle que realmente la asuste si está indecisa?”, comenta sobre los argumentos que usaba contra el matrimonio igualitario (por ejemplo, “si la orientación sexual o la atracción sexual fueran la base sobre la cual se nos permite casarnos, entonces a los pedófilos se les permitiría casarse con niños de seis, siete, ocho años” y hermanos y hermanas podrían casarse entre sí).
La Proposición 8 fue declarada inconstitucional en 2010, y resultó efectivamente revocada en 2013.
Como muestra la investigación de openDemocracy, las «terapias de conversión» no han desaparecido ni en EU ni en otros lugares. Pray Away expone que siguen muy vivas. El documental empieza y termina con Jeffrey McCall, una persona «extrans» y fanática de la «terapia de conversión», que asegura que se puede cambiar mediante la oración (pray away) la identidad trans y la homosexualidad.
Pero cuando McCall revive su propia historia y explica cómo fundó el grupo Freedom March, que predica contra la diversidad sexual, no trasunta alegría ni alivio. La angustia y la aflicción parecen afectar a quienes promueven la «terapia de conversión» tanto como a quienes se alejaron de ella. Es un cierre potente para un documental potente, pero no es un final feliz.